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Todas las civilizaciones más grandes han buscado la inmortalidad.

Desde inventos hasta monumentos masivos, estas sociedades han tratado de producir algo que las defina y dure para siempre. Pero sólo uno es eterno: Dios mismo. El mayor regalo de Cristo, su carne y sangre divinas en la Eucaristía, es el legado eterno que define a la cristiandad, la flor de la civilización occidental. La Eucaristía no es sólo una doctrina; es una realidad que debe vivirse y debe moldear toda nuestra vida y nuestra cultura. De hecho, desde los hospitales hasta las grandes catedrales, este don definió la civilización occidental y le permitió alcanzar sus alturas más altas.

Sin embargo, ahora nuestra civilización occidental está al borde del colapso total porque carecemos de este marco sobrenatural. Hemos vuelto a ser bárbaros, desprovistos de una visión noble de la vida humana y del cultivo personal de la virtud. Pero hay un remedio: volver a una vida centrada en la Eucaristía.

Lo que una vez nos llevó a nuestra cumbre puede volver a ser nuestra fuente de una civilización floreciente. El Santísimo Sacramento tiene más poder que cualquier medicina para sanar el cuerpo y el alma, más fuerza que cualquier ejército para derrotar a nuestros enemigos y más gracia para transformar nuestra civilización transformándonos primero a nosotros. Sólo la Sagrada Eucaristía, que construyó la gran cultura de la cristiandad, puede renovar y salvar nuestra cultura secular infundiéndola belleza, festividad, comunidad y caridad.

Cómo la Eucaristía puede salvar la civilización

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